
Se automomificó en vida para convertirse en BUDA. Para llevar a cabo este proceso, el monje se abstenía de comer cereales y grano durante mil días, y se alimentaba exclusivamente de semillas y frutos secos –en ese tiempo, se dedicaba a la meditación y a ayudar a la comunidad en las tareas más duras–; una vez finalizada esta etapa, y durante mil días más, el monje ingería tan sólo semillas.
Este ayuno extremo procuraba al monje un gran sufrimiento, requisito básico para alcanzar la iluminación, y, a la vez, ayudaba al proceso de momificación ya que se eliminaba toda la grasa y el agua del cuerpo (así se evitaba la proliferación de bacterias e insectos tras la muerte).
Era necesario, asimismo, beber un té preparado con la corteza de un árbol, el urushi, que contiene un agente químico muy tóxico y que se mantiene en el cuerpo incluso después de morir. Este veneno provocaba vómitos recurrentes, lo que contribuía a eliminar fluidos corporales.
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